miércoles, 27 de enero de 2010

Entrevista a César Silva Santisteban

“La exploración literaria del sufrimiento como acontecimiento humano es lo que me interesa”

Entrevista a César Silva Santisteban*

Por Elton Honores




César Silva Santisteban (Trujillo, 1962), hizo estudios de Medicina Humana y Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y Pintura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha obtenido premios en los concursos de la revista Caretas y en las bienales del Premio Copé. Ha publicado Simples opiniones (1988), libro de ensayos breves, La soledad de los muertos (2000) en poesía, y el libro de relatos Fábulas y antifábulas (2004). Actualmente concluye una maestría sobre escritura creativa en la Universidad de Texas. En esta entrevista el autor, además de mostrar sus dotes en el arte de la conversación, su buen humor y el sentido de la compasión, nos da algunas pistas para leer su magnífico libro Fábulas y antifábulas y algunos de sus nuevos cuentos, aún en proceso de escritura.


La entrevista como simulacro

César Silva Santisteban: Gabriel García Márquez prefería siempre tomar apuntes y escribir la entrevista con sus propias palabras. No le interesaba ser fiel con las palabras de su entrevistado sino con el espíritu del entrevistado. ¿Qué piensas tú de esto?

Elton Honores: En ese caso es una recreación... pero se corre el riesgo de incluir ideas propias del entrevistador... Sé de casos de algunos entrevistadores que alteran lo dicho por el entrevistado, se toman ciertas licencias…

CSS: Hay entrevistas hechas con no muy buena fe, también… No sé si recuerdas la entrevista que le hizo Hildebrandt a Borges, que está editada incluso en un libro. Empieza casi provocándolo. Le dice algo así como ‘¿Y todavía quiere usted tomarle el pelo a los periodistas? ¿Me va a tomar el pelo?’… Esa es una directa provocación. No sé si sea elegante o generoso decirle eso a un entrevistado. Creo que no.

EH: Sí. En realidad, en esa época Borges, como dices, le tomaba el pelo a todo el mundo. Incluso sé que una vez le preguntaron a Borges por Luis Loayza… Le dicen: ¿En Perú hay un escritor Luis Loayza que tiene su estilo? Y Borges responde con una metáfora alucinante que no tiene nada que ver con la pregunta…

CSS: (risas) Como ejemplo de lo que fue Borges, es lindo. Él hizo también de la entrevista un género literario, ¿no?



La escritura en Texas

EH: Tú estás haciendo una maestría sobre escritura creativa en Texas…

CSS: Sí. Son tres años y estoy en el último. Debo terminar en mayo… Para graduarte tienes que presentar una novela, una obra de teatro, un libro de cuentos, un guión cinematográfico o un libro de poemas. Yo estoy trabajando en un libro de cuentos y veremos qué pasa porque estoy un poco atrasado. Para bien o para mal quiero a mucha gente y tengo muchos amigos, entonces termino siempre comprometiéndome todo el día en reuniones aquí, allá, etc. Por otra parte, carece de importancia si en mi caso la escritura sea cuestión de talento o no. Lo cierto es que la voluntad para decir no a las distracciones y en su lugar encerrarme a escribir no la tengo. La vida es tan breve, tan corta, tan fugaz que tener el placer de conocer personas, platicar con ellas, explorar un poco las dimensiones humanas en contacto con otras personas, me fascina. Cuando uno está sentado escribiendo —tú lo sabes, lo han repetido tantas veces las personas habidas y por haber, es un lugar común decirlo— experimenta el oficio más solitario del mundo, ¿verdad? Y probablemente lo sea, y quizá por ello no me gusta. Le decía a mi esposa que realmente a mi encanta escribir, pero las únicas veces que puedo escribir con mucha tranquilidad es cuando ella está presente trabajando a mi lado. Porque de vez en cuando nos distraemos, conversamos, charlamos. Y no me molesta para nada ser interrumpido…

EH: Es una manera atípica de escribir, que yo sepa.

CSS: Es una manera ‘querendona’ de escribir.

EH: Claro, porque tú haces alusión al estereotipo del escritor encerrado, incomunicado y por lo tanto, concentrado…

CSS: En general, escribir así le resulta provechoso a muchas personas… Un buen amigo que enseña en la maestría de creación literaria, allá en la Universidad de Texas, es José de Piérola. Por él tengo la mayor admiración, entre otras cosas porque acepta y defiende un régimen espartano de escritura. Su modelo —el modelo de escritura que yo quisiera seguir, que sé que nunca podré seguir— es el de Vargas Llosa. Así se venga la casa abajo, él escribe desde las 8:30 de la mañana hasta la 1:30 de la tarde, de lunes a domingo. Con ese régimen ha podido llevar a cabo varias novelas, escribir un libro de cuentos, escribir ensayos, etc. Yo tengo que aceptar mis propias limitaciones y decir okey, viviré 50 ó 60 años, los que sean, y me bastará con que escriba un cuento decoroso y se acabó. Él, por el contrario, tiene un proyecto de gran envergadura.

EH: En este nuevo libro que estás trabajando supongo que hay varios registros…

CSS: Sí. Novalis decía que se debe escribir como quien prepara o compone música. Cuando era niño, desde los cinco años hasta los diez u once, estudié música, piano. Y a uno le queda cierta manera de acercarse al texto que tiene que ver con una manera musical de ver el texto. Entonces, no veo el texto como un conjunto de formas típicas, visualmente tangibles, sino como un conjunto de formas típicas auditivas… Por ejemplo, hay un texto sobre santa Rosa de Lima, sin nombrarla, aunque todo el mundo se va a dar cuenta de que es ella. Invento un incesto con santa Rosa basado en Anna Soror, de Marguerite Yourcenar. Éste es un libro bellísimo, si puedes léelo, y si no te gusta, déjalo… En fin, Yourcenar cuenta una relación incestuosa entre dos hermanos; basándome en el espíritu de ese texto traté de escribir la historia de santa Rosa de Lima, pero me preocupé mucho del lenguaje, tratando de imitar el lenguaje de la época. En cambio, otro texto trata, por ejemplo, sobre un robo de cadáveres en la facultad de medicina de San Fernando, que se basa en mis recuerdos, porque cuando estudiaba medicina sucedió algo semejante, y este relato suena, considero, más contemporáneo, más juvenil quizá… En otro texto más una muchacha que queda cuadrapléjica, en el Japón, es liberada de su sufrimiento por su propia madre, quien la mata y luego se suicida, y aquí he tratado de que el lenguaje suene a La historia de Genji, que para algunos es la primera novela escrita en nuestro planeta… Ahora estoy trabajando en la historia de un pobre hombre musulmán de los años veinte del siglo pasado, a quien le encargan construir una mezquita y se equivoca, y en lugar de dirigirla hacia la Meca la dirige hacia otra parte. Esto, para él, es un asunto muy grave, es un gran pecado y lo es para toda su familia, sobre todo para su esposa. Y estoy tratando de que sea contada en estilo indirecto libre, casi como cuenta Corman McCarthy sus novelas, sobre todo la última que se llama The Road o La carretera, que es una novela que me emocionó muchísimo leer. Fue un descubrimiento, McCarthy…

El canon norteamericano

EH: ¿Qué autores se leen actualmente en los Estados Unidos?

CSS: Uf… Como en cualquier sitio con una gigantesca industria editorial, se lee a un montón de autores, ¿no? Rara vez a mis autores favoritos, según temo, así que no tengo mucho ánimo para detallar a ese montón. En cualquier caso, los canónicos estadounidenses creo que hoy son Pynchon, Oates, Auster, Salinger… He leído dos novelas de Pynchon, V, y una que ya desafortunadamente he olvidado, porque creo que es un hombre que escribe muy bien pero no siento que tenga el alma que, por ejemplo, tienen las novelas de McCarthy, cuya obra me recuerda a Moby Dick, o a las novelas de William Faulkner, que exploran el sufrimiento humano casi de una manera implacable, poética, dura… Soy agnóstico, no creo en Dios ni en nada por el estilo, y me interesa mucho esa dimensión en la literatura. El libro de Job, por ejemplo, que consigna el sufrimiento de alguien que, en apariencia, no merece ese sufrimiento. En realidad, los seres humanos nacen y, en principio, nadie merece sufrir pero todos sufren. ¿Qué pasa con esos niños que de pronto son violados, que son maltratados, que nacen con sida, mueren de hambre…? ¿Cómo justificar este sufrimiento? La exploración literaria de ese tipo de acontecimientos humanos me interesa mucho. Ese tipo de literatura es la que más me interesa.

EH: Además de Pynchon…

CSS: Creo que ahora McCarthy es más reconocido, aunque gracias al cine. The Road está siendo llevada al cine con Viggo Mortensen como protagonista, y Ophra Winfrey ya se entusiasmó con la novela, aunque no sé si la habrá leído… Hay, pues, un éxito mediático… Creo que la gente se interesa por McCarthy debido a su Pulitzer y a su nominación al Nobel…

EH: ¿Y de la tradición contemporánea?

CSS: Bueno, de Salinger se lee bastante, y de Carver, y de vampiros, y de Bukowski… Sobre éste no quiero opinar. En todo caso, no es un escritor que me agrade mucho…

EH: Generacionalmente, tú debes haber leído a Bukowski, pues circuló mucho en Lima en los años noventas…

CSS: Sí, pero nunca me llamó la atención… ¿Para qué hablar de Bukowski? Lo que sucede es que la crítica, en mi caso, es demasiado subjetiva y, por lo tanto, tiendo a cometer el pecado de la soberbia cuando desdeño o critico amargamente a un escritor y olvido el enorme esfuerzo que implica para éste haber escrito. ¿Cómo criticar entonces a Bukowski, que ha escrito varios volúmenes de cuentos? ¿Cómo puedo yo criticarlo? Lo único que podría decir es que no coincido con sus gustos literarios.

EH: Además de los mencionados…

CSS: El que acaba de morir, Updike…

EH: ¿Y de autores latinoamericanos actuales?

CSS: Hay un peruano que se está leyendo mucho allá, que escribió una novela sobre la etapa terrorista, que la publicó en inglés, Daniel Alarcón. Leí unas veinte páginas de esa novela, pero tampoco me atrapó, pero está teniendo mucho éxito, y es joven… Quien asimismo está teniendo éxito, por lo que sé, es Sandra Cisneros, la novelista que es méxico-americana. Y la que más venden son Isabel Allende, la mexicana Laura Esquivel, la chilena Marcela Serrano. En realidad, la literatura escrita por mujeres está vendiendo muy bien.

EH: Hay un movimiento feminista fuerte y eso podría ser algún tipo de soporte…

CSS: No lo sé. Pero tengo la impresión de que las mujeres son mucho más trabajadoras que los hombres, sin duda (risas)…

EH: Pensaba en César Aira… ¿Lo has leído?

CSS: Sí. Tiene textos fantásticos interesantes. El problema con Aira es que es un poco ‘extraño’ para los gustos norteamericanos, que, por lo común, tienden a apreciar más la literatura realista. Exceptuando a Borges, que es un escritor mítico allá, se consume más literatura realista. Por supuesto, García Márquez es un caso también peculiar por su éxito…


El caso García Márquez

EH: En el caso de García Márquez, no se si consideras que todavía su modelo de escritura está vigente…

CSS: Cien años de soledad sigue siendo para mí una novela maravillosa… Fíjate: en la universidad de Texas está haciendo su segunda maestría mi esposa, que es ingeniera; su primera maestría fue en ciencias de la información y ahora está en una maestría en comunicación, de manera que está analizando muy bien cuáles son los procesos que intervienen en la modificación del mensaje gracias al medio, y se ha especializado en los medios de información... Pues bien, a raíz de los estudios de mi esposa, por tratar de ayudarla y no entorpecerla —porque usualmente la entorpezco en todo—, empecé a leer algunas crónicas de diversos autores y releí las crónicas periodísticas de García Márquez. Ese hombre, no sé si lo siento así por una cuestión de generación, es un gran retórico, maneja de una manera estupenda la palabra. En este sentido sigue siendo un maestro para cualquiera que desee escribir… Naturalmente, el riesgo con García Márquez, lo mismo que con Borges, es que son autores que tienen una voz tan fuerte y peculiar que producen ‘borgecitos’, ‘garciamarquecitos’ o que sé yo. Pero quien es ‘borgecito’ o ‘garciamarquecito’ por lo menos nos brinda un soplo de esos autores maravillosos y bienvenido sea…

EH: Te comentaba esto porque Marco Aurelio Denegri, haciendo mención a un Coloquio realizado en Lima sobre la obra de Gabo, decía que los jóvenes estudiantes de literatura no sabían quién era García Márquez, que no lo habían leído, y que cuando la leían no conectaban con la novela o algo así y que esa novela había envejecido… Por ello te preguntaba si García Márquez podría estar vigente como búsqueda…

CSS: Es interesante lo que dices porque, en ese caso, he de admitir que yo he envejecido mucho más rápido que Marco Aurelio Denegri (risas). Para mí sigue siendo un placer Cien años de soledad…

EH: Quizás podría ser por el estilo empalagoso que no pocos no entienden…

CSS: ¿Ha envejecido El Quijote? ¿Ha envejecido la obra de Shakespeare?… No podría responder en términos objetivos, ya que cada cierto tiempo releo con emoción partes de El Quijote y de la obra de Shakespeare… Recuerdo que García Márquez decía sobre Faulkner que tenía dudas acerca de si era un gran escritor o solamente un gran retórico; por eso mismo te decía, hace un momento, que es tan subjetivo el criticar una obra literaria. En todo caso, para mí, Cien años de soledad sigue siendo una novela deliciosa y creo que puede mantenerse vigente durante mucho tiempo más… Tal vez me explique mejor con el siguiente ejemplo, veamos. En la tarde estuve conversando con una joven escritora y artista, Ursula Carranza, y hablábamos respecto de Johann Sebastian Bach. Recuerda que durante cerca de ochenta de años después de muerto, e incluso en vida, Bach fue considerado un autor prematuramente envejecido que no tenía nada novedoso que mostrar ni siquiera a sus contemporáneos y menos a las futuras generaciones. Bueno, hasta que viene Mendelssohn y, de pronto, con otros ojos, redescubre a Bach y éste acaba siendo un maestro venerado por todos. Por supuesto, sabemos que Mozart había aprendido de Bach y muchos otros grandes compositores también habían aprendido de él, pero en ese momento, en el momento en que se empieza a revalorar la música de Bach en el siglo XIX, era un autor ignorado, un compositor viejo, nada interesante, que sólo podía enseñar el canon barroco. Entones, como vemos, calificar una obra o a un autor es riesgoso, ya que la validez de nuestra opinión es frágil, muy relativa. Acuérdate que hace poco hubo un revuelo porque el famoso cuadro El coloso, atribuido a Goya durante poco menos de doscientos años, fue declarado obra de uno de sus discípulos. Esto es, de pronto viene un grupo de expertos del Prado y dice, bueno, este cuadro no es de Francisco de Goya sino del señor Asensio Juliá, y a partir de aquí otro montón de críticos ven lo que no vieron antes, y todos ellos comienzan también a decir ajá, claro, sí pues, es de uno sus ayudantes, porque tiene esta pincelada torpe, errores de perspectiva y no se qué más, y así se empiezan a descubrir incontables descuidos en la composición de la obra. Este es, según creo, un buen ejemplo de la precariedad de nuestros puntos de vista… Por otra parte, recuerdo que cuando chico disfruté de una revista de sexología, Fascinum, que en los años sesenta dirigían Marco Aurelio Denegri y un inolvidable médico, Carlos Alberto Seguín, que además fue un magnífico profesor en San Fernando. Esa era una revista muy interesante. Tendría once años cuando empecé a leerla, y mientras otros chicos conocían el erotismo a través de Penthouse o Playboy, yo lo conocía a través de Fascinum. Y lo que se escribía ahí me parecía muy bien escrito. Pero, en fin, quien creo que va a envejecer más rápido que Cien años de soledad es Marco Aurelio Denegri, si me permites decirlo…


El plagio como una de las bellas artes

EH: Hay un elemento importante que se desprende de la lectura de tu libro Fábulas y antifábulas… ¿Cuál es la importancia de las citas?

CSS: En ese momento, al estructurar el libro, creí que debía ser muy honesto y mostrar quién había escrito tal o cual cosa. Ahora ya no soy tan honesto y no muestro las citas; por el contrario, ellas están inmersas en el texto que redacto, y a ver quién bucea y las saca de ahí… Pero entonces, al ir haciendo Fábulas y antifábulas, pensaba lo siguiente: Se han dicho muchísimas cosas de una manera tan bella, se han expresado innumerables ideas o se han descrito miles de situaciones de una manera tan bella, que resulta vergonzoso no decir precisamente lo mismo, letra por letra, sin alterar ni una coma. Estimaba ser un mero copista. Porque ¿para qué usar mis torpes palabras? En lugar de transcribir mis balbuceos, dije: aquí tienen el texto original. Por lo tanto, la cita bien puede ser una especie de invitación. Algo así como exclamar: ‘Fíjense, éstas son las palabras de un auténtico creador; fíjense cómo dice las cosas; por favor, lean más de él o de ella’… Creo, pues, que la intención de las citas es ésa. Como si en una reunión de amigos se promoviese el entusiasmo diciendo: ‘Oigan, fíjense en lo que he encontrado; vamos a leer juntos un poco más de él o de ella’. Ésta era mi intención al momento de poner las citas. Por otro lado, traté de completar el texto. Es decir, nunca creí que lo que escribía era autosuficiente. Y traté, y todavía trato, de que las citas sean referentes que permitan completar o perfilar mejor el texto que escribo.

EH: En el buen sentido, ¿cuáles serían las virtudes de un buen ‘plagio’ literario?

CSS: Creo que si alguien plagia bien, con nobleza, arte e inteligencia, entonces bienvenido sea su esfuerzo. En otras palabras, pienso que hay dos tipos de plagiarios: el mezquino que quiere lucrar y, por lo tanto, merece una buena patada en el trasero, y el que quiere hacer un homenaje, el que no tiene seguridad en sus propias palabras y quiere únicamente colocar un pequeño espejo delante de lo bien que han escrito otros. Este último tipo de ‘plagiario’ es el que mejor representa lo que decía Derrida acerca de los textos que se comunican unos con otros, sean textos del pasado o del presente, puesto que cualquier obra implica un diálogo intertextual… Creo que este tipo de plagio sin plagio se halla en Fábulas y antifábulas. Es un libro que, según entiendo, no tiene hurtos de oraciones ni de párrafos, sino de intereses, de puntos de vista, de asombros. Curiosamente, se trata de un libro que se escribió a sí mismo durante muchos años, casi al margen de la voluntad, porque resulta que soy alguien extremadamente perezoso y en aquel tiempo no tenía ningún apuro en publicar ni en nada por el estilo… Si no hubiera conocido a mi esposa, a lo mejor —y subrayo: a lo mejor— no hubiera sido publicado, porque fue ella la que tuvo ese interés. El amor no permite a nadie ser un buen crítico y ella pensó que aquel libro valía la pena. Además, creo que deseaba justificarme delante de sus padres. O sea, volverme presentable. Decirles, miren, él ha escrito un libro y, por consiguiente, no es completamente inútil. Todavía en ese momento un libro tenía cierto prestigio, claro, y fue una buena carta de presentación…


La tradición literaria peruana

EH: En una entrevista mencionabas que desconocías la tradición literaria peruana, exceptuando a Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce… ¿Qué tan cierta era esa afirmación?

CSS: Recuerdo que Abelardo Oquendo, en su columna de La República, me jaló las orejas por decir eso… Lo que sucede es que la formación literaria que tuve fue azarosa y muy tosca. Mi padre se había dedicado a la microbiología, mi abuelo paterno había sido médico, mi bisabuelo paterno había sido ingeniero, en fin, ninguno de ellos dio muestras de un gran interés por la literatura. Y por parte de mi madre, mis abuelos fueron personas sin mayor formación académica, aunque se habían autoeducado con enorme esfuerzo y, por lo que sé, tuvieron afición por la literatura decimonónica. Yo provenía, entonces, de dos ramas totalmente opuestas en gustos y colores: una familia de las seudoaristocracias peruanas empobrecidas y otra familia de las clases sociales más pobres, doblemente empobrecidas. En cualquier caso, siendo chico nunca se me pasó por la cabeza dedicarme a la literatura. Mi sueño era ser médico. De manera que si en aquellos años alguna vez leí textos literarios, jamás los sentí especialmente valiosos. No estaba preparado para reconocer su importancia. Eran, para mí, tan sólo complementos farragosos de las lindas historias que mi madre contaba por las noches. Naturalmente, en casa habían libros. Estaban en la biblioteca que nos dejó mi abuelo el capataz, no el médico que murió muy joven, apenas a los 36 años. En tal biblioteca figuraban viejos títulos, en libros cuyos textos interiores estaban dispuestos a dos columnas. Recuerdo, por ejemplo, volúmenes de las obras de Alejandro Dumas en la editorial Thor, y la novela El jorobado de Paul Feval, y La Ilíada y La Odisea de Homero en la traducción de Segalá. Pero, como buen chiquillo de aquel entonces, yo era sobre todo un apasionado lector de historietas. Después, mucho después, acaso a partir de los doce o trece años, empecé a leer muy de vez en cuando algún libro. Uno de los primeros, si no me engaño, fue Ben Hur; otro, El conde de Montecristo. Extrañamente, casi no había obras de autores peruanos en esas colecciones, que eran las únicas que teníamos en casa. A la mano estaban los libros de numerosos autores franceses e ingleses del siglo XIX, y, asimismo, la colección entera de Tarzán de los monos. Aunque, desde luego, teníamos la poesía de César Vallejo, a quien en Trujillo se le considera poco menos que Jesucristo, y con razón. De manera que sí, ahí estaba Vallejo en las ediciones de la penitenciaria de la hacienda Roma, las viejas ediciones aquellas que yo leía sin entender debido a que había que leer a Vallejo de todas maneras, aunque no lo entendieras, cosa que ahora lo agradezco pues me quedó para siempre una música dubitativa en el alma. Luego, ya en la universidad, mientras estudiaba medicina, visité la obra de Arguedas y sus cuentos me fascinaron: aquel era un mundo totalmente desconocido y embriagador para mí. Con el paso de los años leí un poco más y comprendí que el autor peruano que admiré desde el principio y nunca me desilusionó fue, a la par de Vallejo, Mario Vargas Llosa, quizá porque con sus novelas viví una experiencia subyugante de suplantación de la realidad… No fui, pues, insincero cuando dije que no conocía mucho de literatura peruana. No lo dije por falsa modestia. Es más, me resulta casi vergonzoso decir algo semejante, pero el caso es que es cierto…

EH: Claro, pero con la conciencia de esa carencia ¿no hay algún interés de conocer?

CSS: He intentado leer el trabajo de algunos autores. Me gustaron varias páginas de En octubre no hay milagros, de Reynoso, y también de No una sino muchas muertes, de Congrains. Me gustaron en tanto obras que ensayaron algo técnicamente atrevido en su momento, que abrieron caminos, pero que no cuajaron tan bien como, por ejemplo, la obra inicial de aquel jovencito de veintipocos años que hizo La ciudad y los perros. Ahora bien, Los ríos profundos, de Arguedas, me conmovió, y algunos cuentos de Ribeyro aún me encantan, me fascinan. Un mundo para Julius me gusta un poco menos que La vida exagerada de Martín Romaña… No sé qué más decir. A ver si estamos de acuerdo, fíjate: cuando leo Guerra y paz, o El Quijote, esas obras tan ambiciosas, o Macbeth, o Edipo rey, o El corazón de las tinieblas, obras de este tipo, y lo vuelvo a repetir a riesgo de aburrirte, siento un propósito desmesurado que amalgama lo mejor del arte, la ciencia y la filosofía. Y entonces siento que esa exploración, esa búsqueda de lo más hondo e inconmovible del ser humano, se halla en muy pocas obras de la literatura universal, de la literatura en general… La primera vez que leí Gilgamesh, por ejemplo, la famosa obra épica de Mesopotamia, acaso la primera obra épica de que tenemos registro, pues bien, ahí descubrí todos los temas que me preocupan: la consciencia heroica de nuestra mortalidad, de nuestra irremediable soledad, del sufrimiento, de la amistad y el amor, en fin… en esta obra primitiva están ya encaminados los grandes temas de la literatura y la filosofía. Y mucho me temo que estos temas se encuentran, por lo general, apenas borrosamente entrevistos y mal tratados en la historia de nuestra literatura peruana. Tal vez porque nuestros escritores han tenido que trabajar desesperadamente en lo que sea, en cualquier oficio para sobrevivir, y no han tenido ni el tiempo, ni la voluntad, ni la libertad necesarios para dedicarse completamente a llevar a cabo una obra literaria, con lo que esto implica: el riesgo de morirse de hambre… No sé. Quizá sea una pésima explicación, lo siento…

EH: Hay un autor peruano contemporáneo, Sandro Bossio. Tiene una novela El llanto en las tinieblas, una novela histórica, con ciertos elementos góticos, eróticos y es fantástica. Ganó además el premio del Banco Central de Reserva y fue editada por ellos…

CSS: Y, por lo tanto, no se distribuye y nadie la conoce (risas)…

EH: Hay otra edición de la editorial San Marcos, no la de la Universidad, sino otra particular… en su momento hubo una disputa por el nombre por ese asunto, y evidentemente ganó esta editorial particular… Es una novela muy bien escrita. La menciono porque pienso que podría haber conexiones con lo que haces…

CSS: Eso está lindo. Gente que no se conoce y termina escribiendo lo mismo (risas).

EH: Un plagio casi telepático que —con mucha licencia— podría originarse en los mismos temas que se repiten en la literatura…

CSS: Ahí, en Fábulas y antifábulas, hay una frase con la cual intento sugerir mi parecer al respecto. Es una frase extraída de una comedia de Terencio, que si mal no recuerdo la pronuncia Júpiter y que dice Unum ego et multi in me, o algo así como ‘Yo soy yo y todos los demás’. La sentencia quiere dar a entender lo que de una u otra forma dicen también, desde luego, muchos otros escritores: que, en cierta medida, un hombre puede ser todos los hombres, ya que, por ejemplo, un hombre que ha conocido el sufrimiento puede ser capaz de presentir y hasta de reconocer en los demás un dolor semejante. Y de ahí viene la pasión compartida, que es un don humano. Esto es, un hombre que no conoce el sufrimiento no puede sentir compasión: el pathos, el dolor ajeno… De pronto es eso. A veces creemos que somos muy singulares, completamente originales y diferentes de los demás miembros de nuestras comunidades, y así olvidamos que pertenecemos a una misma especie, una especie animal que repite los mismos gestos una y otra vez, y al no reconocer este hecho nos tratamos como si fuéramos miembros de especies distintas… ¿Sabes?, estaba pensando en un programa de la National Geographic. Imagínate una manada de chimpancés. Éstos se distraen con algo, quizá se alimentan de hormigas. De pronto, un chimpancé de alguna otra manada se aparece por ahí, explorando el territorio más allá de los límites de su propia comunidad. Entonces, es olfateado por este grupo de chimpancés que comen hormigas. Un montón de machos se dirige velozmente hacia donde está el intruso y lo atrapan. En seguida, lo golpean ferozmente. Lo golpean con sus puños y también con leños y piedras, y lo muerden hasta despedazarlo. Así dejan de él sólo el tronco, y pueden verse los brazos, las piernas, la cabeza de este chimpancé infeliz esparcidos sobre un charco de sangre. Uno se pone a pensar, entonces, ¿qué otra cosa hace el ser humano sino más o menos lo mismo en condiciones semejantes? En cuanto la gente siente invadido su exclusivo territorio, o cuando uno siente que está defendiendo principios religiosos, o políticos, o que sé yo, se pierden los estribos, desaparece la endeble capa de civilización y se mata. Se mata incluso lo que se ama y respeta. Hay tantas pruebas de esto. Aquellas denuncias de que en Sarajevo, o en Bosnia Herzegovina, los soldados clavaban a los bebés en las puertas de las casas para escarmentar a los adultos, ¿recuerdas? Se trata de una acción tan brutal como la de los chimpancés, o incluso más brutal, porque nosotros nos jactamos de tener voluntad, de ser racionales. Pero cuando uno explora la fisiología del cerebro descubre que las áreas dedicadas a la razón son tan precarias y delgadas, que ejercen su dominio tan pocas veces —es decir, que están en funcionamiento siempre pero suelen estar dominadas por las áreas inferiores, por el mesencéfalo y, sobre todo, por el paleoncéfalo—, que uno se pregunta si definir al hombre como animal racional no es una pretensión absurda e injusta, ya que acabamos teniendo demasiadas expectativas. Si, en cambio, pensáramos que los seres humanos no somos tan racionales como nos contaron en la escuela, acaso nos sería más factible ser compasivos, ser mucho más curiosos y tolerantes con cada una de nuestras inevitables torpezas y diferencias…


* La entrevista fue realizada el día sábado 21 de febrero de 2009, a las 7 y 30 pm. en el Jockey Plaza, en Lima..