domingo, 22 de noviembre de 2015

Los atacantes. Alberto Chimal. Madrid: Páginas de Espuma, 2015. 113 pp.





Los atacantes. Alberto Chimal. Madrid: Páginas de Espuma, 2015. 113 pp.

En Rashomon (1950) de Akira Kurosawa, uno de los personajes expresa que “El horror está de moda”, quizás nada más cercano a la realidad que vivimos el día de hoy, al horror político, a la amenaza de una Tercera Guerra Mundial. Alberto Chimal (México, 1970) prefiere, en cambio, situar los textos de Los atacantes dentro de un mundo privado amenazado por el poder tecnológico, pues ese es el eje que estructura el libro: el poder que lo devora todo, que convierte al agente amenazante en un ser omnisciente y omnipotente, gracias a la tecnología (principalmente) y al dinero. Esto configura un mundo representado lleno de monstruos humanos tecnologizados que en este mismo momento nos están grabando y suben a la red imágenes privadas; así, nos acosan, nos atacan en las redes sociales, correos electrónicos, pueden obtener datos privados, porque mucha de esta información está ya expuesta en internet. En este punto, no se trata de monstruos clásicos sobrenaturales (vampiros, hombres-lobo, autómatas o momias) sino naturales, uno de ellos es el serial-killer o asesino en serie, como ocurre en “Tú sabes quién eres” y “Aquí se entiendo todo”.

“Tú sabes quién eres” refiere desde la voz masculina del acosador (o atacante) hacia una mujer que termina siendo su víctima. De la acción de stalkear (espiar y perseguir) pasamos al acto final. Ninguna acción es suficiente para escapar de los ojos del acosador. Todos de algún modo somos ya víctimas tanto de la violencia como de la tecnología. La tecnología permite eso. En otro texto “Aquí se entiendo todo” se busca una explicación racional a una imágenes perversas de un payaso asesino con reminiscencias a It de Stephen King (se duda de su autenticidad por comodidad), convertido en una leyenda urbana. No hay límites entre lo real y lo virtual. Asistimos de nuevo al secuestro y tortura provocados no por agentes irreales sino reales (humanos de carne y hueso). El mal es gratuito, cotidiano, y no está justificado. Vivimos en un mundo en el que no hay sentido, cualquiera puede desaparecer, ser una estadística. “[…] los monstruos gustan no solo porque entretienen sino también porque en el fondo son un consuelo” (72), se afirma en el texto. La víctima es siempre el otro, no uno mismo. El monstruo puede ser cualquiera ya que ni siquiera tiene el aspecto de “[…] un payaso, un demonio, un ser inhumanamente alto, un monstruo tentaculado del espacio ni un criminal peligroso” (72-73). El monstruo puede ser (y es) tu vecino, tu amigo, tu jefe o tu editor. Además, “nadie es tan importante como para que lo echen de menos o investiguen su paradero” (74). Y estas historias se alimentan del propio internet, las leyendas urbanas del mundo virtual o “creepypasta” funcionan para un lector habituado a los medios digitales. A ello se agrega que el horror televisivo permite dejar con vida a quienes ayudan a crear la ambigüedad (como los periodistas) al modo de Asesinos por naturaleza de Oliver Stone.

            Otro tipo de monstruos que construye Chimal son aquellos que tienen poder económico, lo que le permite transgredir la condición humana de los otros como ocurre en “Los salvajes” y “La gente buena”. En “Los salvajes” el hijo de capo de un cartel de la mafia decide hacerse literato y dedicar su vida a esta. Para ello no se le ocurre mejor idea que revivir a Roberto Bolaño para escribir de primera fuente, y hacer una tesis sobre la novela 2666. El poder económico y político puede generar una tecnología para tal fin. El problema se revela cuando Bolaño regresa al mundo de los vivos como lo que es: un salvaje, o mejor dicho un zombi salvaje. En “La buena gente” se observa la relación de amo-esclavo en pleno siglo XXI. Estas relaciones de poder implica la sumisión asumida por los súbditos como feliz. De otro lado se metaforiza la imagen del futuro de la nación mediante los niños recién nacidos que son sacrificados para elaborar una extrañas pastillas de colores (que nos recuerda desde los campos de exterminio en Auschwitz hasta The Matrix), que es consumida solo por los que tienen el poder económico. Se trata de una alegoría sobre la violencia que azota a Ciudad Juárez en México, pero también refracta los círculos de poder más extremos cercanos al poder político oficial. Necropolítica pura desde un marco del realismo costumbrista.

            Otros dos textos reescriben la tradición fantástica y de CF como ocurre en “Él escribe su nombre” y “Connie Mulligan”, respectivamente. En “Él escribe su nombre” asistimos a una suerte de posesión temporal de dos amantes violentos muertos sobre los cuerpos del personaje central y de su pareja. La identidad está en juego, al asumir las actitudes y conductas de otro. Hay un guiño a El resplandor de Stephen King en cuanto al personaje que asume otra identidad al entrar en otro espacio (en otra dimensión que carga un pasado negativo) y cuyo final visibiliza la imposibilidad de definir los límites entre realidad y ficción, entre el azar o la casualidad. “Connie Mulligan” juega, en cambio, con las teorías de la conspiración, el new age y la posibilidad que los alienígenas hayan concebido un hijo con una mujer humana, en este caso Connie Mulligan (una digresión: A veces la realidad supera la ficción por eso tenemos ya un candidato presidencial que es de una “raza distinta” -no humana posiblemente- que amenaza con expandir su imperio y poder). Chimal se acerca a la ficción paranoica pues el personaje-editor cree haber sido hackeado en su información íntima frente a una madre y su supuesta hija alienígena, a quienes no puede rechazar porque se trata de personas muy influyentes en las más altas esferas del poder. En un momento se afirma que a los locos con poder “les dan cartas de recomendación, les dan permisos, mandan que otros los atiendan y los sirvan” (53). El licenciado Miguel Florencia y editor en mención, finalmente debe aceptar lo imposible: la posibilidad del fruto alienígena y quizás su nuevo rol de padre frente a la cosa siniestra.

Finalmente, un texto solitario “Arte” se revela como una suerte de arte poética sobre lo fantástico. Es el texto más conceptual que toma como pretexto el fin del mundo, cuya imagen ha sido reproducida al infinito por las producciones norteamericanas. La fantasía apocalíptica sirve para pensar en el fin del arte, sí su finalidad es entretener o simplemente como en Mullholland Drive, “no hay banda, n[i] hay orquesta”, es decir, no hay sentido, no hay nada más allá de los significantes. Solo sabemos que el fin del mundo ocurre a cada minuto cuando uno cierra los ojos y sueña, pudiendo atraparnos en la situación más anodina, común y menos heroica. La gente muere no al modo de los films, sino de un modo quizás más humillante y solitario.

En cuanto al recurso del humor, este se destaca sobre todo en “Los salvajes” y “Connie Mulligan”. En ambos casos el humor mengua, disminuye el horror en sí de las situaciones y muestra lo absurdo de las situaciones. Por ello no es gratuito pensar en los universos de Chimal como kafkianos. Son cuentos de horror con humor o de humor con horror, todo depende de qué tipo de atacante sea usted, amable lector (otra digresión, en Brasil han creado un término: “terrir”, mezcla de terror y risa-humor, para diferenciarlo del terror puro). La incredulidad de los personajes ayuda a hacer creíbles las historias. Chimal potencia el terror contemporáneo y lleva al lector hacia su propio mundo: un mundo de derrotas y paradojas, en el que sufren los que están al medio, mientras los de arriba ejercen su poder, un mundo que ha borrado ya las fronteras entre lo público y lo privado. En ese sentido son historias de la vida diaria en el que los rumores perversos de las leyendas urbanas cobran vida desde la voz singular del atacante número uno de Tolima, Chetumal y del D. F.: Alberto Chimal.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos