domingo, 25 de febrero de 2018

“Presentación de La división del laberinto”. Por José Güich Rodríguez. 24 de febrero, 4:00, Casa de la Literatura Peruana.



“Presentación de La división del laberinto”. 24 de febrero, 4:00, Casa de la Literatura Peruana.
José Güich Rodríguez
Le agradezco a mi gran amigo Elton Honores su honrosa invitación para presentar hoy, junto al Maestro y también muy admirado amigo Harry Belevan, el libro La división del laberinto. Estudios sobre la narrativa fantástica peruana contemporánea (2000-2015). También quiero renovarle mis felicitaciones por su persistencia en la organización de este ya institucionalizado “Congreso de verano”, que cada vez cuenta con mayor repercusión en los medios y congrega a autores, investigadores y público lector. Es una clara muestra de cuánto ha cambiado el escenario de la literatura en el Perú,  a despecho de los pocos operadores culturales que aún se resisten a aceptar una realidad innegable. Y también insistir en la gratitud personal por su interés generoso en nuestro trabajo.
En esta ocasión, el encuentro coincide con los diez años de la partida de José B. Adolph, el entrañable e inolvidable escritor que desde su primer libro, aparecido hace 50 años, El retorno de Aladino, inició un proceso que no se ha detenido y no se detendrá, felizmente. La contribución de Elton a estas recomposiciones del sistema literario peruano es invalorable, y no solo por su saludable terquedad en la organización de estas citas, en franca alianza hoy con el Instituto Raúl Porras Barrenechea, y en octubre, con el Instituto de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar.
Su aporte es realmente sustancial en el sentido de que ha permitido, con rigor crítico, información actualizada y visión totalizadora, el diseño de un mapa de lo que está ocurriendo en el Perú con las hasta no hace mucho poco apreciadas “escrituras no realistas o miméticas”, que hoy experimentan, en varios frentes de batalla, una visibilidad llamativa, enriquecedora. Es cierto que aún queda mucho camino por recorrer, pero yo soy uno de los que consideran que el avance de lo fantástico y de la ciencia ficción en el país es positivo y firme, gracias a Elton, a escritores e impulsores como Daniel Salvo, José Donayre Hoefken o Víctor Ruiz Velazco y a editoriales independientes como Altazor, liderada por Willy del Pozo.
Como sé que hay muchos amigos entre los asistentes,  me daré el lujo de ser sincero -para lo que ello importe-. Estoy desencantado o desilusionado con muchos aspectos de la vida social y política peruana, con tendencia cada vez más acentuada a la condición de ermitaño o anacoreta levantisco -me encanta decirlo una vez más-, pero eso se acaba cuando comienzan las clases y hay que acudir a al centro laboral para cumplir con nuestra misión docente.
También esa sensación del desencanto aplastante se acaba, al menos por unas horas. cuando acudo a estas celebraciones en tono de la imaginación y de sus inmensas posibilidades como respuesta a la medianía del entorno, peligrosa y con alto riesgo de contagio si no estamos con las barreras defensivas bien afianzadas. Ya habrá tiempo para seguir cultivando el desánimo frente a las dificultades de convertirnos en esa “República Superior” que debimos ser y no este yermo, más parecido al siglo XIX que al XXI.
Hoy, lo importante es el libro que tenemos entre nuestras manos: un conjunto de trabajos académicos que Elton Honores  ha elaborado con brillo a lo largo de varios años de dedicación y cuyas premisas centrales suscribo una por una, desde el texto notable que abre el libro, “Narrativas del caos: un ensayo sobre la narrativa de lo imposible en el Perú contemporáneo” que, considero, es el eje alimentador de la propuesta que Honores defiende. En este excelente trabajo, el crítico e investigador pone en la picota la idea del realismo como la única alternativa válida para expresar una visión problemática o crítica acerca de un estado de cosas.
En consonancia con sus observaciones y asertos, yo afirmaría que la narrativa fantástica peruana, hasta hace poco invisible y marginalizada frente a las teorías y praxis del realismo -que alcanzaron su máxima plenitud y hegemonía con Ciro Alegría, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa, en el siglo pasado- ha asomado una vez más. Ha logrado superar las trabas impuestas por un discurso académico bastante limitado (salvo grandes excepciones, como Elton Honores, por supuesto), y el control ejercido por los poderes fácticos de la prensa cultural, generalmente pobre en sus alcances.
 Las escrituras de orientación no realista han llegado para quedarse.  Autores nacidos a partir de 1960 (Herrera, Prochazka, Iwasaki, Donayre Hoefken, Sumalavia, Salvo o Yeniva Fernández, entre otras voces importantes) dialogan ahora con sus precedentes modernistas, vanguardistas y los de la Generación de los 50, 60 y 70. Sobre los nacidos a partir de la década siguiente, aún es prematuro forjar apreciaciones sobre qué nombres pasarán a un canon libre de imposturas. Es un visado para el futuro que seguirá, con probabilidad, su propio derrotero y contará con sus intérpretes.
En diversos soportes académicos y divulgativos, la narrativa fantástica peruana ocupa ahora un lugar más cercano al centro, sin que ello suponga alcanzar un protagonismo semejante al de los lanzamientos de los sellos multinacionales. Es sabido que estos influyen, como industria, en el gusto y en la manera de recibir y entender el ejercicio creador por parte del público no iniciado. Incluso, las pocas páginas que los medios tradicionales dedican a los libros ya dan cuenta del fenómeno, aunque con sesgos y manipulaciones naturales en quiénes dirigen las líneas editoriales y ven peligrar su posición de control protagónico.
El contrapeso lo han establecido las múltiples opciones que hoy ofrece el mundo virtual, a través de las redes sociales,  youtube y los blogs, sin cuya emergencia no habría sido posible esta suerte de “primavera de lo fantástico y de la CF”, es decir, el auge de géneros que en tiempos no muy lejanos provocaban el mohín escéptico o burlón de quien todavía es presa de la ignorancia o ese hábito tan nacional llamado “ninguneo”.
Hoy, el autor peruano que ha decidido construir su identidad artística dentro de estos usos ya cuenta con mecanismos que le permiten proyectar sus trabajos a un dominio público, creando así corrientes de opinión e intercambio, más allá, incluso, del libro en formato clásico, que parece atravesar hoy una fase de tránsito dramático pero inevitable al llamado e-book o el kindle.
Y sobre todo, un cultor nativo ya puede reclamar para sí una tradición propia, dialogar con ella o, si se quiere, refutarla con conocimiento de causa. En este canon, que inevitablemente deberá experimentar transformaciones y replanteamientos  -nada es estático-, son piezas sólidas y quizás ya inamovibles C. Palma, Valdelomar, Vallejo, Ribeyro, Loayza, Durand, Mejía Valera, Adolph, Belevan o Calderón Fajardo. Son referencias locales que en su momento contribuyeron a un constructio periférico que sobrevivió a pesar de las exigencias de realidad cruda y de urgente compromiso político, en boga sobre todo partir de la Revolución Cubana y la subsecuente toma de posición frente a una verdadera partición de las aguas en la historia ideológica del continente.
Pero lo que muchos estudiosos y autores no supieron entender, en su momento, es que toda escritura de raigambre fantástica es un poderoso instrumento de desestabilización y de cuestionamiento al orden imperante. Supone una crítica desde el lenguaje a las imposiciones de las élites sobre las certezas que estas pretenden imponer a las sociedades a través de agentes enquistados en el plano de la inteligencia y de la cultura, que buscan perpetuar una visión del mundo monolítica o uniforme.
Hoffmann, Mary Shelley, Poe, Le Fanu, Bierce, Stoker, Lovecraft, Borges, Arreola, Monterroso y Cortázar han perpetrado, cada uno de acuerdo con el marco de producción en el que se inscribieron, severos cuestionamientos a la “domesticación” o el “apaciguamiento” de conciencias que diversas representaciones de lo real -no estrictamente ficcionales- en torno de la vida humana se generaron con el advenimiento de la Ilustración, a lo que la prédica romántica supo responder con imaginación, delirio y vuelo provocador.
Así, todas las grandes figuras de la narrativa fantástica han sido elementos altamente subversivos y disociadores, porque se  han enfrascado en organizar mundos alternativos cuya lógica coloca en jaque a las verdades oficiales que quieren garantizarle al sujeto social una estabilidad a cambio de un manso acatamiento de todo aquello relacionado con el orden inamovible y sin fisuras dentro de lo privado y lo público.
Para terminar, solo he intentado, espero que con cierto grado de ecuanimidad, destacar algunas de la ideas ampliamente desarrolladas en todos los estudios que forman este libro. Se convierte así en una referencia inmediata para los jóvenes investigadores. El título polivalente del volumen invita desde ya a ingresar a ese dominio entre bélico y de partición de aguas.
Me quedo con el primero y desde un sentido metafórico: un ejército de escritores, una “quinta columna” que con solo un arma, el lenguaje, la palabra, desbarata las certezas sobre una sola forma de construir realidades ficticias e implanta el caos desestabilizador y transgresor que lo fantástico siempre conllevará.
Muchas gracias.

viernes, 23 de febrero de 2018

“Presentación de La racionalidad deshumanizante de Elton Honores”. Por Camilo Fernández Cozman




“Presentación de La racionalidad deshumanizante de Elton Honores”
Por Camilo Fernández Cozman
En: https://camilofernande.blogspot.pe/2018/02/presentacion-de-la-racionalidad.html
Febrero 21, 2018


La investigación literaria en el Perú ha privilegiado el estudio de la novela y el cuento de cuño realista y ha dejado de lado el relato de ciencia ficción. Autores como José María Arguedas, Mario Vargas Llosa y Ciro Alegría, entre otros, se enmarcan en el ámbito de la tradición realista. Dicha perspectiva de la investigación literaria ha olvidado el relato fantástico que tiene cultores como Luis Loayza, José Adolph o Harry Belevan en el Perú. Sin duda, hemos asumido una falacia sin darnos cuenta: creer que un cuento realista es superior a un relato fantástico. Asimismo, pensamos también equivocadamente que el primero puede hacer una mejor crítica política que el segundo. La investigación de Elton Honores intenta, con éxito, develar ese error y superarlo merced a un trabajo impresionante con las fuentes bibliográficas. Ha publicado libros tan importantes como Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana (2010) y La civilización del horror. El relato del terror en el Perú (2014). Honores navega a contracorriente, pues la investigación especializada ha dejado fuera del canon a ciertos autores de relato fantástico que él desea revalorar y estudiar rigurosamente. El rigor filológico de Honores es digno de mención. Primero, busca los textos literarios olvidados injustamente por los críticos literarios oficiales. Segundo, revisa la bibliografía secundaria hasta agotarla. Tercero, indaga por las fuentes teóricas sobre la literatura fantástica.
 El libro que hoy nos convoca --La racionalidad deshumanizante. El teatro político y la ciencia ficción (1886-1989) — es un sesudo estudio sobre el teatro peruano que abarca más de un siglo y consigna una bibliografía de más de 30 páginas al final del volumen. Sabemos que el género teatral ha sido casi olvidado en el Perú. Hay investigadores peruanos expertos en narrativa como Antonio Cornejo Polar o José Miguel Oviedo o Tomás Escajadillo; o en poesía, como Estuardo Núñez o Alberto Escobar o Américo Ferrari. No sucede así con el teatro que espera un análisis más minucioso y provisto de un marco teórico riguroso. El ensayo de Honores contribuye en llenar ese vacío y se encuentra dividido en cinco capítulos.
 En el primero, el autor se sitúa en una perspectiva diacrónica, es decir, intentar dar cuenta del proceso del teatro latinoamericano. Sin lugar a dudas, un análisis de las obras teatrales no debería dejar de lado la ubicación de estas en el panorama de la literatura peruana. Honores, en este caso, se sustenta en Beatriz Risk, quien distingue tres generaciones: la realista, que abarca desde 1890 a 1920 y se caracteriza por el funcionamiento de códigos naturalistas y costumbristas; la vanguardista, que comprende desde 1920 a 1950 e implica la exploración onírica y de una realidad múltiple; y, por último, la del nuevo teatro, que empieza desde 1950 y llega hasta 1980. En lo que concierne al Perú, el investigador plantea cinco períodos: el del teatro costumbrista (desde el siglo XIX hasta 1945) con autores como Manuel Ascensio Segura, Felipe Pardo y Aliaga, Leonidas Yeroví, entre otros; la etapa del teatro poético (1945-1960) que se halla representado por Jorge Eduardo Eielson, Felipe Buendía, Sebastián Salazar Bondy, Juan Ríos, por ejemplo; el período del teatro arte (1956-1968) donde se sitúan Julio Ramón Ribeyro, Enrique Solary Swayne, Juan Rivera Saavedra, verbigracia; la etapa del teatro político (1968-1980), representado por Alonso Alegría, Alberto Mego, José Adolph, entre otros; y, por último, el período del teatro de violencia política y de conflicto armado (1980-2000), momento donde aparecen grupos como Cuatrotablas o Yuyachkani y autores como  Rodolfo Hinostroza o Roberto Sánchez Piérola. Después de ese panorama histórico, Honores emprende el estudio del teatro de ciencia ficción. Lo primero que constata es que este último ha sido muy poco estudiado en Latinoamérica.
 Ahora me gustaría centrarse en la obra del poeta, cuentista, ensayista y dramaturgo Rodolfo Hinostroza, figura imprescindible de la llamada generación del sesenta. Como sabemos, Hinostroza publicó dos poemarios capitales: Consejero del lobo (1965) y Contra Natura (1971). Asimiló los aportes de Saint-John Perse, Ezra Pound y Charles Olson para pergeñar una obra neovanguardista de gran experimentación en la página en blanco, a la manera del simbolista Stéphane Mallarmé. Asimismo, produjo relatos de ciencia ficción como “La memorias de Drácula” y un ensayo dedicado a Mallarmé. Sin embargo, escribió Apocalipsis de una noche de verano (1987), una obra teatral (basada en Sueño de una noche de verano de William Shakespeare) que es analizada minuciosamente por Honores y que se sitúa en el ámbito del peligro nuclear en el contexto de la Guerra Fría entre la ex Unión Soviética y los Estados Unidos. Honores afirma: “Hinostroza confronta  el mundo de las hadas con el de los humanos, ambos en dos planos distintos de realidad. Como seres mitológicos, aquellos pueden intervenir en las acciones humanas, o confundirlos, pero sus objetivos son distintos: los seres élficos son lascivos y buscan la plena satisfacción sexual, mientras que los humanos, la destrucción. Así, Eros y Thanatos dominan ambas realidades” (p. 158). En tal sentido, como señala Fernando de Diego Pérez, se formulan dos realidades en Apocalipsis de una noche de verano: el teatro isabelino y la realidad latinoamericana, sometida a los intereses del imperialismo estadounidense.
 El libro de Honores permite reflexionar sobre algunos aspectos metodológicos de la investigación literaria. El investigador intenta, como dice Antonio Cornejo Polar en otro contexto, “historizar la sincronía”, es decir, analizar el proceso de las obras teatrales de ciencia ficción sin olvidar el abordaje de los mecanismos textuales de cada texto. Asimismo, Honores hace una revisión puntillosa de la bibliografía secundaria que examina cada obra teatral y su vínculo con la tradición literaria. No se ciñe a un solo método, sin que manifiesta una pluralidad metodológica y un acercamiento interdisciplinario muy valiosos e innovadores. Por todo lo expuesto, felicito a Elton Honores por esta nueva entrega, así como invito al público receptor a  leer este ensayo que ilumina el estudio del teatro en el Perú.

"Mundos distópicos". Por Pedro Novoa. En Expreso, 17 de febrero de 2018, p. 23.


"Mundos distópicos". Por Pedro Novoa. En Expreso, 17 de febrero de 2018, p. 23.



La racionalidad deshumanizante. El teatro político y la ciencia ficción (1886-1989) editada por el Instituto Raúl Porras Barrenechea (2017) de Elton Honores es un lúcido y sugerente repaso por la dramaturgia peruana que ha abordado contenidos entroncados con la ciencia ficción. Dividido en cuatro capítulos, en el primero aborda la realidad del teatro en el ámbito peruano y latinoamericano, especula una periodización y aborda la CF dentro de él. En el segundo, trata algunas obras donde la figura del sujeto se cuestiona y disuelve debido al miedo a un futuro incierto. En el tercero, el capítulo que da título al libro, analiza obras donde precisamente el teatro ausculta el rol enajenante de la ciencia coludida con lo irracional, en esa carrera descabellada y ruin de quitarnos la condición humana y degradarnos a cosa, a poco menos que objetos descartables o solo virtuales. En el último, se enfoca en obras que se orientan a un tono apocalíptico. Quizá el preponderante de la gran mayoría de expresiones teatrales. En general, todo el libro recorre el eje temático de una pulsión fuertemente tanática y pesimista con cierto halo moralizador, que por momentos, busca en el espectador darse de narices con lo absurdo de lo lógico, con lo irracional de la razón. De golpe, la modernización, el llamado desarrollo tecnológico o científico se ve cuestionado desde sus raíces, ya que ha perdido el horizonte de humanidad. Ha prescindido cínica e involuntariamente de esta ruta para continuar deshumanizándose, fingiendo ser mejor hombre. Por ello es que predomina una modernidad distópica, que incluso por negación con su versión utópica, se puede inferir un sacudón moral e ideológico donde lo político se presenta en las obras estudiadas a veces como excusa, como propaganda, como desatino, pero siempre como ese espíritu que invisible o no, está allí animando las grandes obras o las más pérfidas miserias del hombre.